Vecinos de dos municipios barceloneses afectados por el material tóxico reclaman a Uralita 5,6 millones.El jueves concluirá el primer juicio en el que los demandantes no eran trabajadores de la fábrica.
14/06/2010 RAFA JULVE
Ellos lo resumen así: "Uralita dio vida y muerte a Cerdanyola y Ripollet". Vida porque llevó trabajo y prosperidad a la zona. Muerte porque el amianto que usaba ocasionó a muchos ciudadanos enfermedades, como el cáncer y la asbestosis.
Son miembros de la Asociación de Afectados por el Amianto, algunos de los cuales forman parte del grupo de 47 personas que reclaman 5,6 millones de euros a Uralita por las supuestas enfermedades que, en las dos localidades barcelonesas, causó el material tóxico vertido por la fábrica. Ninguno trabajó en la empresa (sí los familiares de varios). Son víctimas colaterales que este jueves presentarán al juez sus conclusiones en el juzgado de primera instancia número 46 de Madrid. Porque es en la capital española donde Uralita tiene su sede, ya que en Cerdanyola cerró en 1997.
Este es el primer juicio que se celebra en España en el que los demandantes no eran empleados, pero sí se vieron envueltos en el ambiente que se respiraba alrededor de una factoría que ocupó 103.000 metros cuadrados. Uno de ellos es Genís Saló, que aún recuerda cómo, hace medio siglo, toda la vida de la zona giraba en torno a Uralita.
CALLES LLENAS DE RESIDUOS "Los niños jugábamos en las calles de tierra, que estaban llenas de escombros de amianto", relata Saló. De los almacenes, además, no paraba de salir polvo, expulsado por los extractores que "aún pueden verse" en los edificios que quedan.
Saló es hijo de dos trabajadores de Uralita que "fallecieron" por la asbestosis, una enfermedad degenerativa derivada de la inhalación de amianto (al inspirarlo, las partículas de este material tóxico se depositan en los pulmones, causando unas irritaciones que derivan en cicatrices y acaban ocasionando una insuficiencia respiratoria). En el 2003 se la diagnosticaron a él. "Tengo placas pleurales las pleuras son las membranas que recubren los pulmones por la inhalación de asbestos". Unos males a los que se añadieron una depresión y una fibromialgia que le obligaron a dejar el negocio de informática y aparatos electrónicos que regentaba con dos socios. "No podía ni levantarme por la mañana. Me ahogaba".
Saló, de 56 años, sospecha que algunos médicos ("y Uralita") conocían los males del amianto desde mediados del siglo XX. Al contrario que la mayoría de vecinos. "Aún me acuerdo de que mi madre traía a casa mantas de amianto para taparnos cuando hacía frío", explica. Convivían con el enemigo día y noche.
Carmen García no sufre dolencias por el amianto, pero representa como demandante a sus padres, Celestino e Hipólita. Ambos murieron de cáncer de pulmón por el amianto, pese a que ninguno de ellos trabajó en Uralita. Recuerda cuando iba a buscar a Celestino al trabajo, en un almacén que Fecsa tenía en frente de la factoría. "Allí había una higuera que estaba blanca por el polvo de Uralita. Pero nos daba igual, cogíamos los higos, soplábamos un poco y nos los comíamos", recuerda.
¿Cuánta gente comió frutos de aquel árbol y respiró aquel polvo que acabó ahogándola? "Es imposible saberlo", dicen todos.
14/06/2010 RAFA JULVE
Ellos lo resumen así: "Uralita dio vida y muerte a Cerdanyola y Ripollet". Vida porque llevó trabajo y prosperidad a la zona. Muerte porque el amianto que usaba ocasionó a muchos ciudadanos enfermedades, como el cáncer y la asbestosis.
Son miembros de la Asociación de Afectados por el Amianto, algunos de los cuales forman parte del grupo de 47 personas que reclaman 5,6 millones de euros a Uralita por las supuestas enfermedades que, en las dos localidades barcelonesas, causó el material tóxico vertido por la fábrica. Ninguno trabajó en la empresa (sí los familiares de varios). Son víctimas colaterales que este jueves presentarán al juez sus conclusiones en el juzgado de primera instancia número 46 de Madrid. Porque es en la capital española donde Uralita tiene su sede, ya que en Cerdanyola cerró en 1997.
Este es el primer juicio que se celebra en España en el que los demandantes no eran empleados, pero sí se vieron envueltos en el ambiente que se respiraba alrededor de una factoría que ocupó 103.000 metros cuadrados. Uno de ellos es Genís Saló, que aún recuerda cómo, hace medio siglo, toda la vida de la zona giraba en torno a Uralita.
CALLES LLENAS DE RESIDUOS "Los niños jugábamos en las calles de tierra, que estaban llenas de escombros de amianto", relata Saló. De los almacenes, además, no paraba de salir polvo, expulsado por los extractores que "aún pueden verse" en los edificios que quedan.
Saló es hijo de dos trabajadores de Uralita que "fallecieron" por la asbestosis, una enfermedad degenerativa derivada de la inhalación de amianto (al inspirarlo, las partículas de este material tóxico se depositan en los pulmones, causando unas irritaciones que derivan en cicatrices y acaban ocasionando una insuficiencia respiratoria). En el 2003 se la diagnosticaron a él. "Tengo placas pleurales las pleuras son las membranas que recubren los pulmones por la inhalación de asbestos". Unos males a los que se añadieron una depresión y una fibromialgia que le obligaron a dejar el negocio de informática y aparatos electrónicos que regentaba con dos socios. "No podía ni levantarme por la mañana. Me ahogaba".
Saló, de 56 años, sospecha que algunos médicos ("y Uralita") conocían los males del amianto desde mediados del siglo XX. Al contrario que la mayoría de vecinos. "Aún me acuerdo de que mi madre traía a casa mantas de amianto para taparnos cuando hacía frío", explica. Convivían con el enemigo día y noche.
Carmen García no sufre dolencias por el amianto, pero representa como demandante a sus padres, Celestino e Hipólita. Ambos murieron de cáncer de pulmón por el amianto, pese a que ninguno de ellos trabajó en Uralita. Recuerda cuando iba a buscar a Celestino al trabajo, en un almacén que Fecsa tenía en frente de la factoría. "Allí había una higuera que estaba blanca por el polvo de Uralita. Pero nos daba igual, cogíamos los higos, soplábamos un poco y nos los comíamos", recuerda.
¿Cuánta gente comió frutos de aquel árbol y respiró aquel polvo que acabó ahogándola? "Es imposible saberlo", dicen todos.
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